Algunas acciones, comportamientos, modos de ser y de trabajar, actitudes, situaciones en eventos y reuniones, ineficiencias, incapacidades, malas prácticas y peores aptitudes se convierten en sumideros por los que se cuela su credibilidad y buen nombre profesional. Le pueden dejar expuesto a las habladurías, a la mala fama y a una imagen de marca personal nefasta que será muy difícil de borrar.
La cena de Navidad es el agujero negro más típico, y puede tragarse su reputación profesional. Pero hay otras ocasiones y situaciones nefastas para su credibilidad: una noche aciaga de copas con el jefe y los compañeros, algún exceso en un viaje de trabajo, o la verborrea que inevitablemente genera la máquina del café, centro del vómito tóxico y de buena parte de los rumores de oficina, donde uno puede coronarse como chismoso oficial. Sin olvidar la actividad poco edificante o los comentarios imprudentes en las redes sociales, que también arruinan su buen nombre profesional.
Marta Romo, socia de Be-Up, añade ciertas situaciones que se pueden dar en una organización. Nunca se sabe dónde nos podemos encontrar con alguien, y fracasar: «Un ejemplo son los cursos y talleres, sobre todo si son experienciales, y en ellos se ve la personalidad de quienes participan. Es el típico lugar en el que se descubren situaciones complicadas». Romo también se refiere al caso de los programas de mentoring, sobre todo si en ellos no se trabaja adecuadamente la relación de confianza con el mentor y se cometen algunas imprudencias o uno se va de la lengua…
Para Jesús Vega, experto en recursos humanos, «en cuestión de prestigio, existen profesionales fantásticos que no tienen el debido reconocimiento porque son analfabetos sociales. Se quitan la carga de frustración a base de compartir sus miserias. Aquí el cerebro está demasiado conectado a la lengua. Lo que funciona es que nuestras palabras sean más interesantes que nuestro silencio».
Cualquiera puede imaginar situaciones comprometidas en el ámbito laboral que nos restan puntos
Ovidio Peñalver, socio director de Isavia, añade a la lista de agujeros negros de la credibilidad el atribuirse éxitos de otros, o ir de farol y mentir habitualmente. Incluye además las salidas de tono y todo aquello que demuestra una incapacidad manifiesta para gestionar el propio estrés; o las descalificaciones a la empresa, al jefe o a los compañeros ante terceros. Son factores que también erosionan la reputación profesional.
Cualquiera puede imaginar situaciones comprometidas en el ámbito laboral que nos restan puntos en nuestra organización y que muestran una imagen (o una realidad) profesional que puede resultar muy complicado reparar.
Convertirse en ‘NoNo’: No me gusta, no hago…
Jesús Vega se refiere a la típica conducta del que habla mal de todo y de todos sin ofrecer soluciones. Asegura que esto «es típico del NoNo (no me gusta, no hago). Criticar y hacer puede ser admisible, pero el NoNo es el que se mueve en el plano de ‘no hago nada y no hablo bien de nadie’. Se trata de un profesional al que todos tratan de evitar y al que nadie le cuenta gran cosa, ya que es el mayor agente de expansión de rumores. Antepone siempre la crítica a cualquier otro tipo de actividad y va contra la empresa que le paga. En realidad, todos lo hacemos, pero el problema llega cuando esa crítica no tiene ningún retorno».
Evite ser uno de esos pesimistas que lo ven todo mal. No ganará nada si es de los que se lamentan todo el día. Al final, uno se cree realmente que está amargado. Tampoco le compensa ser de la clase de profesionales que crean más conflictos de los que son capaces de resolver.
El ‘sincericidio’ del ‘vómito tóxico’
El vómito tóxico implica «despacharse a gusto»… Es propio del que habla con demasiada sinceridad a su jefe o a sus compañeros, diciendo lo que piensa. Sin filtro. Se trata de un desahogo que implica un grave riesgo, y más si la queja excesiva no tiene que ver con la asertividad. Ovidio Peñalver cree que «nadie debería ocultar nada en su trabajo para que le fuera bien si nos midieran exclusivamente por nuestros resultados, pero una cosa es ser sincero y otra bien distinta es el sincericidio».
Socializar con el jefe o simplemente ser un pelota…
Recuerde que hay circunstancias que le hacen especialmente transparente y vulnerable, sobre todo cuando socializa con el jefe y los colegas de trabajo fuera del horario y del ámbito laboral. En esos momentos se baja la guardia y se hacen o se dicen cosas de las que podría arrepentirse.
Nunca confunda una posible amistad con su jefe con ser dócil e inofensivo
Tenga en cuenta además que la amistad con el jefe que le lleva a una socialización en el trabajo obligatoria, a la que accede por no perder oportunidades de promoción, es típica de organizaciones y superiores que fomentan una indefinición entre la esfera personal y la laboral. Eso puede llegar a marginarle profesionalmente si no sigue las actividades y eventos extraordinarios que se imponen fuera del horario de trabajo.
Nunca confunda una posible amistad con su jefe con ser dócil e inofensivo. Eso puede llevarle a estar en el grupo de confianza pero sólo por adoptar el rol de satisfacer a su superior. Preocuparse constantemente de agradar a quien manda es una tarea muy complicada para la que no todo el mundo vale, y esto es ser un pelota. Esta actitud puede costarle caro, porque sufrirá una transformación que le llevará a ser cada vez menos profesional. Y como adulador, vivirá rodeado de decisiones inadecuadas e injusticias. Si las consiente, terminará siendo víctima de todo lo que tolera. Un jefe ni quiere, ni valora, ni respeta a quien le adula. Cuando las cosas se pongan complicadas para él, no dudará en abandonarle.
La transparencia de mostrar las emociones
La sabiduría popular aconseja que aquellas emociones que podemos expresar en casa no se deben trasladar al ámbito laboral. Esto cambia en la medida que la vida personal está inevitablemente entrelazada con lo que vivimos en nuestro lugar de trabajo. Tenga en cuenta que, durante mucho tiempo, las emociones se han reprimido, aunque luego se ha visto que son buenas si se presentan de una manera positiva.
Las emociones positivas se aceptan en términos de motivación, y las negativas son objeto de rechazo, pero hay que recordar que ambas van juntas.
‘Ladrones de tiempo’ en las reuniones
El ‘monologuista’ interminable resulta un monopolizador nato del tiempo. No escucha y no se deja interrumpir
Quizá se identifique con alguno de los tipos tóxicos que parasitan el ecosistema de las reuniones, a los que se refiere Eva Collado: está el narcisista, enamorado de todo aquello que piensa y sale por su boca. Se cree en posesión de la verdad más absoluta. O el pasota, que siempre dice «sí». El cenizo de reunión muestra un talante negativo para discrepar sobre todo, aunque no haya un motivo de peso para hacerlo. Similar a este es el cuerpo: asiste a la reunión pero no está. Aunque no es mucho mejor el invisible, que está pero intenta pasar desapercibido. Sólo escucha; nunca se moja y es incapaz de pronunciarse.
Por su parte, el monologuista interminable resulta un monopolizador nato del tiempo. No escucha y no se deja interrumpir. Sin olvidar al incendiario, que no conoce la gama de grises. Todo es blanco o negro; lleva todo a un nivel de exageración exacerbada y prende la llama de la discordia.
El Dios no hace mucho, pero destaca por su prepotencia y autosuficiencia. Es el de «¡Ya imaginaba que no resultaría!»; «yo ya sabía que esto iba a acabar así» ; o «ya os lo había advertido». Y el innovador inverso quiere explicar las ideas de los demás después de que ya han sido expuestas.
El correo electrónico y sus consecuencias
La revisión compulsiva de los correos electrónicos es un ejemplo de las tareas improductivas y costosas que se asocian a una multitarea absurda que no aporta valor aunque nos otorgue apariencia de muy ocupados. Pero además Eva Collado sugiere algunas estrategias para evitar que nuestra gestión del correo electrónico sea otro agujero negro de la credibilidad profesional: Collado se refiere a cuestiones de «procedimiento», como no respetar la privacidad (poner varias direcciones visibles en un correo común); refugiarse en un mail para no dar la cara; enviar correos con copias ocultas o a más personas de las necesarias para que «todo el mundo se entere» o para justificarse o cubrirse las espaldas; o enviar un mail estando mal anímicamente o enfadado.
La revisión compulsiva de los correos electrónicos es un ejemplo de las tareas improductivas y costosas que se asocian a una multitarea absurda
Collado añade que «cuando uno es el emisor de un correo electrónico, debe tener en cuenta que lo que escribe queda para siempre. No lo haga nunca desde el enfado o después de un calentón, ni responda sin leerlo tres veces. La percepción sobre algo escrito varía en función de nuestro estado de ánimo, y la marca personal se resiente. Además, si tiene un problema con alguien y le es posible, vaya a verle en persona o llame por teléfono. Dar la cara ante un problema siempre es mejor que dejar un reguero de correos electrónicos inútiles que además pueden ir en su contra».
La experta también recomienda no enviar mails profesionales a altas horas de la noche ni en fin de semana, «porque eso sugiere una mala organización del trabajo, falta de descanso y de una conciliación personal y familiar inexistente».
Comportamiento en redes sociales: una mala marca
Jesús Vega cree que «las redes sociales sirven para identificar nuestra personalidad». Quizá por eso hay estudios que aseguran que lo que mostramos en Facebook tiene más valor para pronosticar nuestro éxito profesional que un test de personalidad. Vega añade que «se trata de un elemento de indiscreción máxima. La templanza desaparece en las redes sociales. En vez de construir nuestro prestigio o nuestro capital social, lo destruimos».
Deje de obsesionarse por parecer insustituible. No es imprescindible, y lo más sensato es aceptarlo
Eva Collado añade «el peligro de que no haya una total congruencia entre lo que usted es en el mundo real y lo que explica que es en el mundo virtual. Puede convertirse en humo, y su comunidad es lista y cae en el olvido». Recuerde que su vida en las redes sociales (lo que dice que hace, lo que es y lo que hace realmente) es algo fundamental si busca empleo, pretende cambiar de trabajo, o desea brillar en su organización. Si no sabe manejar las redes, o su vida en ellas es sólo un decorado de cartón piedra, está en un buen aprieto.
Un montón de seguidores y aduladores y una estrategia de márketing que vende humo pero no muestra resultados, experiencia o solidez profesional le valdrá para muy poco tiempo. Los farsantes pueden dar una imagen de superexperto o parecen muy influyentes, pero la sola visibilidad aparente es efímera.
El ridículo de obsesionarse por parecer insustituible
Deje de obsesionarse por parecer insustituible. No es imprescindible, y lo más sensato es aceptarlo, porque de lo contrario sólo encontrará frustración profesional. Hacerse el imprescindible es poco inteligente si quiere progresar en su carrera. Recuerde que quien insiste en una hiperactividad absurda corre el riesgo de hacer el ridículo. Aunque mantiene una apariencia de estar muy atareado en algo importante, lo que hace es todo lo contrario a la eficacia.
Abandone la pose de ocupado permanente.
La clave está en saber gestionar lo que se conoce como ladrones de tiempo -reuniones improductivas, multitarea inútil-; saber manejar adecuadamente las interrupciones, o los descansos demasiado dilatados.
Ego y arrogancia, una mala combinación
Eva Collado cree que «el ego en sí mismo (y en su justa medida) es bueno y necesario, porque nos empodera en autoestima y nos pone en valor. El problema llega cuando te vuelves en cierta manera adicto a ser importante y se convierte en el eje de todas las acciones para creerse mejor en todo que los demás. Es ese momento peligroso en el que el yo anula por completo al nosotros.
Debe recordar que es su actitud y no su aptitud la que determina su altura profesional. Hay dos formas de hacerlo: con arrogancia o con humildad. La segunda opción tiene que ver con su capacidad para conocer sus virtudes y limitaciones. La arrogancia no le conviene, porque le aleja de la realidad.
Noticia extraída de: expansion.com